Quizás sea tan sencillo como mirar al cielo. Despegar por un
instante. Sentir la levedad de ese cormorán que cruza la bahía, que planea olvidado
de su propio peso. Adentrarse en la gélida mañana que va despertando poco a
poco tus sentidos. No mirar al suelo. Por un instante, no mirar al frente. Ser
estela adornada de espuma. Ser aroma salino, rumor de algas. Ajena de ti, fuera
de ti misma. Salir al encuentro de lo que eres. Desprovista, por un instante,
de la pesada carga que te ata a este
mundo. Ser parte pequeña de lo que de verdad importa. Tus pensamientos, nubes
que pasan.
Limpiar pulcramente la casa. Pagar las cuentas. Comprar
regalos. Enviar saludos. De lo pasado, me quedo con sus risas. Con el roce de
tu mano. Con el calor de tus palabras, brocado de nuestras tardes en penumbra.
Con los amaneceres a tu lado. Con los abrazos imprevistos. Con la nostalgia. Con
los besos aún no dados. Con su mano diciendo adiós. Y también, por qué no, con
la tristeza. Con la conciencia de lo que nunca volverá y siempre estará conmigo.
Olvidar, con el sonido de la campana ciento ocho veces
repetido, todo deseo. Adentrarte nueva en lo nuevo. Limpia para seguir el camino
que, una vez más, marcarán las
estaciones. Miras la noche estrellada. Miras el cielo apagado por la bruma. El
resplandor marchito de la aurora. El verde ceniciento del atardecer. Lo que
vendrá no será desconocido, únicamente algo distinto: la ternura, la soledad,
el desvelo, la pasión, la amargura, el amor, los amigos…tus lecturas. La misma
luna. Y tú dispuesta a contemplarla.
Precioso, creo que voy a ir a buscar ese Kokoro y ver si a mi también me cambia la vida como lectora y quién sabe si también como persona. Tengo que ponerme al día con este blog. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias. Encantada de que me visites. Saludos.
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