martes, 22 de mayo de 2012

El día perfecto

Muy de vez en cuando viene a visitarte el hijo del guarda, y ese día es fiesta. Junto a él subes a la cima del monte cercano a tu cabaña para verla desde arriba, pequeña y sencilla. A la vuelta recogéis tubérculos y frutas silvestres. Es el festín del ermitaño que dejó el mundo, sus placeres y cuitas.

El lugar que elegiste para huir de todo se te hace indispensable cada día que pasa. El cariño que le tienes a esas cuatro paredes, entre las que meditas y duermes, te aleja de tu propósito: no desear nada. Pero ese pájaro, esas flores, esas hojas rojas sobre el tejado...son pecados tan dulces.

El día perfecto es el que no tiene. El que formula un deseo que no se cumple y te da las expectativas necesarias para seguir adelante, para desear otro día como éste, pero un poquito más largo, sin lluvia quizás, en el que subir al monte a contemplar contigo las abardelas.