El lugar que elegiste para huir de todo se te hace indispensable cada día que pasa. El cariño que le tienes a esas cuatro paredes, entre las que meditas y duermes, te aleja de tu propósito: no desear nada. Pero ese pájaro, esas flores, esas hojas rojas sobre el tejado...son pecados tan dulces.
El día perfecto es el que no tiene. El que formula un deseo que no se cumple y te da las expectativas necesarias para seguir adelante, para desear otro día como éste, pero un poquito más largo, sin lluvia quizás, en el que subir al monte a contemplar contigo las abardelas.
¿Por qué no desear nunca nada salvo el deseo de no desear? Somos deseo bajo mil envolturas...
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