Veo en la televisión un reportaje sobre unas pobres tortugas que recién nacidas equivocan su destino confundidas por la luces de los aparatosos apartamentos que custodian la arena a pie de playa. Me acuerdo del joven Urashima, que por devolver al mar la sagrada tortuga que había picado su anzuelo es recompensado con vivir eternamente como esposo de la bellísima hija del Rey Dragón. Para conocer el sorprendente final de esta historia, si aún no lo has leído, te recomiendo las dos versiones recogidas en el libro de Lafcadio Hearn El niño que pintaba gatos.
Si uno pudiera pintar, como ese niño, algo que cobrase vida… no me atrevo a pensar qué pintaría, sobre todo, teniendo en cuenta lo mal que pinto.
Mientras pintan al aire libre, mis amigos están al filo de ese mundo invisible en el que conviven los fantasmas japoneses.
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