En el Japón antiguo, cuando una mujer de 40 años comprendía que ya “no podía importar al mundo” se cortaba la melena y se hacía monja.
Si alguno de sus amantes lo descubría y aún sentía nostalgia de ella, iba al santuario donde estaba recluida con la esperanza de hacerle llegar un último mensaje, para que reconsiderara su actitud, y le entregaba a la abadesa un poema dirigido a ella que podría ser éste de Sarumaru Daya recogido en el Kokinwakashu.
Honda montaña,
entre hojas carmesíes.
Cuando se oye
la voz del ciervo bramar,
el otoño es más triste.
¿Y qué hacía la destinataria?
ResponderEliminarNormalmente, lo despedía con otro poema. Una decisión así es para toda una vida, aunque no renunciaba a encontralo en la siguiente...
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ResponderEliminarMás oportuno no pudo ser, acaban de caer y no es que considere que no le importe al mundo, pero un tiempecito de reclusión, no se, igual me lo pienso.
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