Me sorprendo hablando contigo, que no estás ahí para
contestarme, pero escuchas atento mis palabras, mi borrosa impresión del mundo
hecha discurso coherente, apuntalado por los sentimientos que ahora me
desbordan. Sí, hablar contigo y que me escuches. Para qué esperar respuestas
que giran en el aire y recomponen una nueva melodía que llega a mis oídos con
matices distintos a los que salieron de tu boca. Prefiero este mudo monólogo en
el que tú únicamente me miras. Y yo sonrío, adivino que me entiendes, imagino
que te importo…Oigo tu respiración, que es el más hermoso silabario, aunque no
estás. Y me consuela.
Pero no es eso. La calidez que siento es la del fuego y no la de tu mano. No hay brocado este
otoño en el río seco, en la fuente seca, en el campo agostado. Llueve dentro de mí, pero
no reverdece. A lo lejos, la blancura incandescente de aquella cima no es aún
nieve, sino caliza dura. Un espejismo que confunde los afectos. Como todo. Como
ahora. Como siempre.
Adormece el sonido repetido de esta oración que es la
última. Mirar al este y al oeste. Despedirse del mundo. Pero sólo de este mundo,
que es sólo uno de los mundos posibles.
Porque siempre habrá un palacio en el fondo del mar, una choza oculta en
la montaña, una pequeña cabaña junto al río. Una senda oculta en la maleza que
te lleve a contemplar de nuevo el más hermoso claro de luna.
Hermoso, exacto y soñador. Tienes un criterio y un gusto excelentes. saludos.
ResponderEliminarMuchas gracias, Santiago. Saludos afectuosos.
Eliminar¿De qué obra extraes este pasaje?
ResponderEliminarEstimado Luis. Todos los textos que se publican en El Japón de los libros son míos, a excepción de los poemas en los que se especifica el nombre del autor y, casi siempre, de su traductor al español.
ResponderEliminarLas etiquetas hacen referencia a las obras en las que me he inspirado para escribir estos textos.
No sé si he aclarado tus dudas. Si no es así, pregunta lo que quieras. Para mí será un placer responderte.
Saludos y gracias por visitarme.