El lugar de la nostalgia no tiene
vistas al mar. Es una sima insondable, un laberinto de casas encaladas, una
ventana abierta, un olor que te atraviesa y te devuelve a lugares en los que no
estuviste más que un instante en el cómputo global de tu historia, pero que son
eslabones de una pesada cadena colgada a tu cuello. Y qué doloroso este sol
entre nubes que la hace brillar a ratos.
Pero cómo salir del laberinto
siendo uno mismo. O mejor dicho, cómo ser uno mismo sin sentir miedo de
descubrir quién eres. Algo tan sencillo
como pasar desapercibido en un mundo extraño, ser alguien más, otra
persona que deambula contra el tiempo que nos arrastra, y volver la cara
cuantas veces haga falta para no olvidar
tu sombra a la vuelta de cualquier esquina.
Dioses extraños esculpidos en la
roca. El olor de la muerte purificando la vida. Buscas, y encuentras rencores de
otros tiempos lavados por las aguas turbias de la nostalgia. Cómo olvidar las
marcar en la piel ajena. Cómo no caer de
rodillas ante el dios de los otros. Cómo hacer oídos sordos ante el estruendo
del corazón que palpita de nuevo.
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