Lo que estos hombres celebran no
tiene nada que ver con lo que pasa. Lo que pasa no existe, lo que ocurre no
importa. El tiempo diluirá sus anhelos y convertirá sus preocupaciones en hojas
que hace volar el viento. Reunidos aquí, bajo el claro de luna que asoma tras
la encina poderosa, festejan la vida. Y son
sus risas, y el eco del cristal que entrechocan para desearse salud, ofrendas
perfectas para el astro brillante que ilumina esta noche de agosto. Y un regalo
para mí compartirla con ellos.
Viejos fantasmas congregados
alrededor de esta mesa. Qué sencilla felicidad la de contemplar las inquietas buganvillas, los
impasibles geranios, la olorosa albahaca, las misteriosas aspidistras…Reír
contigo, como esa tarde de primavera en la que comíamos pastas recostadas en la
hierba, en esos días de juventud sin miedo. Reír contigo, como cuando te
explicaba los chistes hechos por otros en algún café del centro en el que nos
habíamos reunido para despedir nuestra niñez… Ahora, bajo la luna de agosto,
nos reencontramos. Y es la brisa que corre entre nosotros el frescor del tiempo
que todavía compartimos.
En mitad del río, esta lengua de
arena les sirve de inesperado mirador, privilegiada atalaya desde la que
contemplar la luna más hermosa. Beber saque y compartir viejas historias de un
tiempo en el que el dolor y la belleza eran una misma cosa. ¿No sientes el frescor de las cañas? Ese olor
de podredumbre que tanto se parece al de la vida.
Bravo
ResponderEliminarMuchas gracias, Inmaculada. Viniendo de ti, el elogio es doble. Un beso.
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