En el Japón antiguo, cuando una mujer de 40 años comprendía que ya “no podía importar al mundo” se cortaba la melena y se hacía monja.
Si alguno de sus amantes lo descubría y aún sentía nostalgia de ella, iba al santuario donde estaba recluida con la esperanza de hacerle llegar un último mensaje, para que reconsiderara su actitud, y le entregaba a la abadesa un poema dirigido a ella que podría ser éste de Sarumaru Daya recogido en el Kokinwakashu.
Honda montaña,
entre hojas carmesíes.
Cuando se oye
la voz del ciervo bramar,
el otoño es más triste.