martes, 9 de marzo de 2010

Fuji-no-yama

Subo al Fuji de la mano de Lafcadio Hearn mientras viajo en tren después de un largo fin de semana de excesos. Leo la cita que acompaña a este magnífico relato. Un viejo dicho japonés que reza: “Visto de cerca, el monte Fuji no responde del todo a las expectativas”. Y me adentro en las arenas negras de su falda, en las nieves perpetuas de su cumbre, siguiendo el rastro de las alpargatas que por el camino han perdido los peregrinos.

Yo nuca subiré al Fuji, ni siquiera estoy segura de subir algún día al Cao, un monte de mi pueblo cuya cima se alcanza en un par de horas. Tengo demasiado miedo a las alturas. O mejor dicho, me aterra bajar una vez arriba. Tal vez por eso me consuela el pavor que Hearn confiesa sentir durante su aventura.

Empujado por dos mocetones que lo llevan en volandas y lo mantienen en pie, su miedo no le impide, sin embargo, disfrutar de la fantasmagórica vista del amanecer sobre las nubes, a la puerta de un precario refugio excavado en la roca.

Y es que finalmente, el Fuji, de cerca, sólo responde a las expectativas del que es capaz de no esperar nada.