El eco de los pasos. El sonido de las voces que hablan en un
idioma que no comprendes. El rumor del mar cercano batiéndose contra la muralla
antigua que rodea la ciudad. La luz moribunda que se apaga mientras se
encienden esas otras luces que convierten la tarde en una barraca de feria
donde todas las caras te son familiarmente desconocidas.
La cuerda invisible que te une a la nada, pero que está
anclada en esa nada con la misma fortaleza que si estuviese asida a la roca más
dura, se tensa de nuevo. Y una pena reciente, que no es más que el recuerdo
vívido de otras penas antiguas, aparece de nuevo. Sorbes tu bebida caliente y
dulce mientras pasa la vida. Y tú la ves pasar.
Y sientes.
Para cerrar el círculo. Para que nada cambie. La belleza
renueva sus votos en antiguos rencores. Y el eco del pasado se acompasa con el
rumor del mar que brilla de nuevo en sus ojos con el último fulgor de la tarde. Cada palabra es un enigma, cada
gesto una llave. El recuentro, una saeta punzante. El dolor de estar vivo.
Bello libro, como todos los de este novelista. De jovencita empecé leyendo su Kioto y me acabé leyendo sus obras completas. Qué sensibilidad. Bravo.
ResponderEliminarGracias, Inmaculada. Comparto tu pasión por este escritor. Saludos.
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