jueves, 9 de octubre de 2014

Momiji


Cruje la tarde. Tus pasos perezosos han despertado la quietud del bosque. Gotas de sangre, carmín encendido. La luz se pierde en la fronda silenciosa. Las hojas caídas, mar del otoño, cubren de nuevo la vida que duerme. Cómo ignorar este cielo de estrellas apagadas. Cómo sembrar la despedida sin perder la conciencia de un nuevo camino al que dirigir los pasos. Todo ha ocurrido de repente. El viento helado. La flor marchita. El silencio.



Compartir un puñado de palabras, y luego otro. Esperarte de pie, al filo de la acera. Contestar a tus preguntas, discutir sobre nada. Tu mano y la mía unidas sobre el mármol helado del velador. La última vez. Tus ojos brillando aquella mañana en la que yo llevaba prisa. La voz conocida al otro lado del teléfono. El hombre que toca el acordeón en la estación de metro. Las hojas amarillas que hace volar el viento. Tu risa hace temblar los recuerdos.


Cerremos los ojos para vernos. El cielo se ha cubierto de nubes escarlatas. El fuego que arde dentro ha despertado canciones olvidadas. Quiero oírte de nuevo, que tu voz tiña de rojo el sigilo de la tarde. ¿No escuchas como yo nuestras pasos de entonces en el eco lejano del pasillo? El rumor del mar. Las hojas muertas. La luna impaciente. Contemplemos juntos la desolación del otoño que vuelve. La belleza precisa de un mundo que se acaba.

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