domingo, 3 de marzo de 2013

Todas las vidas


El lugar de la nostalgia no tiene vistas al mar. Es una sima insondable, un laberinto de casas encaladas, una ventana abierta, un olor que te atraviesa y te devuelve a lugares en los que no estuviste más que un instante en el cómputo global de tu historia, pero que son eslabones de una pesada cadena colgada a tu cuello. Y qué doloroso este sol entre nubes que la hace brillar a ratos.

Pero cómo salir del laberinto siendo uno mismo. O mejor dicho, cómo ser uno mismo sin sentir miedo de descubrir quién eres.  Algo tan sencillo como pasar desapercibido en un mundo extraño, ser alguien más, otra persona que deambula contra el tiempo que nos arrastra, y volver la cara cuantas veces haga falta para no  olvidar tu sombra a la vuelta de cualquier esquina.

Dioses extraños esculpidos en la roca. El olor de la muerte purificando la vida. Buscas, y encuentras rencores de otros tiempos lavados por las aguas turbias de la nostalgia. Cómo olvidar las marcar en la piel ajena.  Cómo no caer de rodillas ante el dios de los otros. Cómo hacer oídos sordos ante el estruendo del corazón que palpita de nuevo.


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