
No basta la cadencia monótona de los sutras, ni el baile convulso de la médium, para impedir el triste final de la Dama Aoi. Los celos y el rencor de esa otra a la que un día amaste y luego olvidaste han arraigado profundamente en su cuerpo, cobrando fuerzas en su debilidad, intercambiando vida por recuerdos. Y no hay lugar para la esperanza, sino un espantoso grito que es una interrogación, que es una queja, que es el último suspiro de lo que nunca muere.
Lamentable, sí, que él bostece mientras reza protegido por el biombo. Qué dulzura la de ella, esperando paciente a que sucumba el demonio causante de esas fiebres. Con el pelo desordenado y las ropas descompuestas, ¿no es amor lo que ofrece? Batalla tan dulce, ¿no tendrá recompensa?