Este paisaje amable no es lo que parece. Sobre los verdes imponentes del campo en primavera, sobre el caserío blanco en el que reconozco el perfil claro de tu casa, están esas nubes grises que recrean otro tiempo distinto en la montaña, que amenazan con nublar también nuestras conciencias, que son presagios de otros días que vendrán. Y son esas nubes encajadas en el perfil tosco de los montes las que me llevan allí cuando estoy lejos.
Yo también te seguiría, como tu fiel Sora, a través de valles y montañas. Contemplaría contigo la luna, que es más hermosa sobre el monte Obabute. Recorrería senderos, que hoy no existen, hasta aquel templo que guarda la espesura. Y me sentaría a beber el sake de la hospitalidad en la cabaña aislada que construiste, junto al río Sumida, para huir del mundo. Como tú, cerraría la puerta a todo, menos a la lluvia insidiosa que se cuela por el tejado, y me dejaría arrastrar por el viento, como hacen las nubes.
Nubes, neblina.
Innumerables cambios
a cada instante.
(Matsuo Bashō, versión de Jesús Aguado)