miércoles, 18 de julio de 2012

Recuerdos


¿En qué momento la memoria se reviste de la impostura necesaria para ser consecuente con la vida? Porque explicar la propia historia, dar sentido a esa sarta minuciosa de verdades a medias, es siempre un ahogado intento de bajar a las profundidades, de rescatar trozos de vasijas prehistóricas, diminutas reliquias de coral, algún manojo oloroso de algas verdeazules. Y de vuelta a la superficie, recomponer con todas estas cosas una máscara de colores matizados con la que poder mirarse al espejo y reconocerse, aunque sea un poco.


Recuerdas, pero no estás seguro, ese momento doloroso, punzante, intensamente vívido en el que te separaste por primera vez de los otros para ser tú mismo. Y necesitas describir los prolegómenos de ese momento, ahondar en tu corazón de fiera mal herida, recomponer ese mismo instante desde más atrás, desde el momento mismo en el que la belleza convirtió tu desdén en esa herida brillante que ahora luces impunemente.


¿Y no somos un poco eso? Una colosal mentira construida con retazos de verdades. O mejor dicho, de verdades que una vez fueron, y ahora no son más que fantasmas de la memoria que se ríen de nosotros cuando confesamos que sí, que recordamos. Porque nuestra historia ha sido lavada a conciencia por el tiempo, que nos quitó todo y nos dejó únicamente ese impulso inconsciente de fijar el pasado con palabras que sólo nosotros mismos no creemos.